Plástico y planeta - Parte I: la contaminación por plásticos evidencia un problema mucho mayor

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Esta mañana, tras una larguísima sesión de debates de todos los tonos, el Senado de mi país aprobó el dictamen de la reforma energética que abarca los hidrocarburos y la electricidad, por décadas manejados en forma exclusiva por el Estado Mexicano a raíz de la expropiación petrolera de 1938 decretada por el Presidente Lázaro Cárdenas del Río y de la nacionalización de la industria eléctrica en 1960 decretada por el Presidente Adolfo López Mateos.

La reforma aprobada hoy modifica la Constitución con lo cual las industrias petrolera y eléctrica dejan de ser estratégicas y abre la posibilidad a que particulares participen en todas las áreas de la industria del petróleo y gas a través de un amplio abanico de contratos desde los de servicios hasta los de licencia, así como en la generación de energía eléctrica mediante contratos o inversiones directas. Además, la reforma convierte a Pemex y a la Comisión Federal de Electricidad en empresas productivas estatales, figura legal que les permitirá ser manejadas y operadas bajo modelos de gobierno corporativo como el de las empresas privadas, retirándoles un cúmulo de restricciones que les impiden cumplir con su mandato de manera cabal.

Este es sólo el primero de varios pasos para que estas reformas se vuelvan ley vigente y aplicable. En este momento se está discutiendo en la Cámara de Diputados la minuta que el Senado envió de inmediato con el decreto de reformas constitucionales en materia energética y que deberá ser ratificado o modificado según lo determinen los diputados con mayoría de dos tercios. Salvado este paso, el decreto tendría que ser aprobado por la mayoría de los congresos de las entidades que integran el Pacto Federal, es decir, 17 de los 31 estados soberanos y el Distrito Federal. Posteriormente habrán de modificarse las leyes secundarias que darían aplicabilidad a lo dispuesto en nuestra Constitución. Un camino largo y en algunos aspectos, tortuoso.

Seguramente, muchos de ustedes se enterarán de las reacciones que la reforma energética está suscitando, sobre todo en el ámbito político por la abierta oposición de las izquierdas que no cuentan con los votos suficientes para detenerla en el Congreso y están recurriendo a pronunciamientos álgidos en los medios e incluso a movilizaciones callejeras de sus seguidores.

No pretendo calificar los métodos empleados por ninguno de los partidos políticos pues hay mucho qué reclamarle a todos y cada uno de ellos pues el debate ha sido flaco y desaseado en la gran mayoría de los casos.

Mi visión acerca de todo este asunto no está determinada por mi filiación política pero no puede separarse de lo que he visto en la industria energética de mi país en los últimos 40 años, los mismos que tengo de práctica profesional, y lo que las decisiones de política adoptadas por diferentes gobiernos han acarreado. Lo veo como ingeniero y como industrial, al igual que lo veo como ciudadano y como funcionario público que en algún momento también fui.

El Pemex de 1976 era muy diferente del Pemex de hoy. Se acababa de iniciar la explotación de los yacimientos de la Sonda de Campeche y México se convertía en un jugador principal en el mundo petrolero, al tiempo que los combustibles y petroquímicos que demandaba el país se abastecían con suficiencia e incluso con estímulos nada despreciables a los consumidores industriales así como al consumidor en general. Las reservas probadas en esos años alcanzaban 50 años con una plataforma de producción equivalente a 2.5 millones de barriles diarios de los cuales se exportaba un millón.

Hoy, todos los indicadores son desfavorables. La plataforma de producción ha caído más de un millón de barriles a partir de su máximo hace 15 años, las reservas probadas se calculan en apenas 10 años y estamos importando medio millón de barriles de petrolíferos que nuestras refinerías no pueden producir. La boyante petroquímica de los ochentas y principios de los noventas empezó a debilitarse cuando se rompió la liga entre Pemex y las empresas privadas, no por decisión de Pemex sino por una política petrolera-hacendaria que favoreció la toma de la renta petrolera a la boca del pozo y no a lo largo de la cadena, lo cual acabó con la industria petroquímica para fertilizantes, obligó a que las importaciones de polietilenos capturaran el 70% del consumo nacional y se fragmentaran las cadenas petroquímicas para otras resinas, para las fibras y los elastómeros.

En la industria eléctrica estamos igualmente débiles. Sin entrar en más detalles, puedo hablarles de sus efectos. Los procesadores de plástico mexicanos pagan tarifas 80% más altas que sus contrapartes en países con los que comerciamos o quisiéramos comerciar. Esto limita nuestra competitividad de costos ya que el segundo rubro de costos de producción es justamente la energía eléctrica.

Por todo esto, en 2013, una reforma energética que permitiera recuperar lo perdido en tres décadas era más que importante, urgente. De otra forma, seguiríamos creciendo a tasas mediocres, perdiendo mercados, encareciendo la vida de los mexicanos y negándonos la posibilidad de acceso a un mejor futuro. No es demagogia.

Lo que ocurra en las próximas semanas va a ser resultado de la tardanza con la que se abordó el asunto energético en tres décadas y la necesidad de recomponer la situación para beneficio de todos, aunque ahora tengamos que compartir con otros más de lo que nos hubiera sido necesario tiempo atrás. En algunos casos quizá será traumático pero es necesario. No nos “clavemos” en lo que pueda aparecer en los medios de información diciendo que México se está incendiando por esta reforma. Mejor se los cuento yo…

Para los industriales del plástico, la reforma abre oportunidades que antes no teníamos. La mayor y más inmediata es a la posibilidad de reducir los costos de energía eléctrica mediante asociaciones con generadores privados que se ubiquen cerca o en los polos “plastiqueros” de México y baje el costo del kilowatt-hora.

Otra oportunidad, aunque de mediano plazo, está en que se recomponga la cadena petroquímica y en México haya más megaproyectos -como Etileno XXI- en poliolefinas y en aromáticos, incluso con la participación de Pemex. Con esto, los procesadores de plástico –mexicanos o latinoamericanos que inviertan aquí- podrán abastecer mejor la demanda doméstica e incluso participar en otros mercados.

En suma, la reforma energética de México –con todos sus costos- es una necesidad y una posibilidad de acceder a condiciones de las que hoy, lamentablemente, carecemos por decisiones erróneas o tardías de nuestros gobiernos.

Ya les estaré informando de cómo van las cosas…

Un saludo afectuoso para todos ustedes.

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