La industria plástica viene de un crecimiento sostenido de cerca de una década. Sin embargo, 2019 no tendrá el brillo de los años anteriores. Hay varios factores que se suman: de un lado, la crisis entre China y Estados Unidos está generando un ambiente generalizado de incertidumbre, y es esperable tenga consecuencias que aún no hemos previsto. De otro lado, la industria automotriz, que ha sido hasta ahora el principal motor de innovación del sector de transformación de plásticos, está viviendo un período de contracción, al punto de que algunos proveedores de maquinaria de inyección han reportado caídas en sus ventas hasta del 40%.
Pero la crisis más grave tiene un origen político: los plásticos están siendo foco de un ataque mediático, debido al problema de los residuos contaminantes que se generan por una indebida disposición. Este ataque, que en todos los países está guiado más por la opinión pública que por la búsqueda de soluciones técnicas ambientalmente correctas, está inclinando la balanza hacia la eliminación de los denominados plásticos de un solo uso.
Desde mi punto de vista, después de ver lo que está ocurriendo a nivel global, la empresa que no se esté preparando para enfrentar los cambios que se avienen en materia legislativa va a enfrentar un duro golpe en el futuro próximo. Si bien las asociaciones nacionales de la industria plástica trabajan por guiar las discusiones con cabeza fría y generar escenarios de transición y acople, los políticos no van a desperdiciar la oportunidad de congraciarse con sus electores al recoger su clamor por un ambiente libre de contaminación, y en su afán tomarán decisiones radicales y con fundamentos pobres desde el punto de vista del análisis de huella de carbono.
Puede que se prohíba el plástico de un solo uso, pero los problemas que nos aquejan de gestión de residuos y de cierre de ciclo de vida se mantendrán, para todos los materiales (no solo para el plástico), si no hay un cambio profundo en las estrategias de acopio y disposición de residuos y, ante todo, en la forma en la que se percibe el material post-consumo. Nuestro problema no es el plástico ni el papel ni el metal: el problema es que queremos una vida cómoda y práctica, pero no queremos pagar el precio para gestionar los residuos, ni queremos pensar en el producto que queda después de usar empaques de conveniencia: usamos lo que quisimos, y lo que queda es problema de otros.
Sin embargo, quiero usar este espacio para hacer una reflexión: hasta ahora la industria plástica, desde la década de 1950, ha tenido un crecimiento sostenido. Este crecimiento está fundamentado en las propiedades únicas que tiene el plástico como material. Pero también está fundamentado en la capacidad de innovación y en la búsqueda de soluciones. Y las situaciones de crisis siempre traen también oportunidades.
La imagen que acompaña mi editorial fue tomada en la rueda de prensa de la feria K 2019, que tuvo lugar al principio de julio en Düsseldorf. Esta caja de poliestireno expandido está producida 100% a partir de residuos post-consumo. La tecnología de reciclaje químico de BASF (ChemChycling, sobre la que podrán leer en más detalle en las páginas 30 y 31 de esta edición) permite producir materia prima a partir de plásticos de difícil reciclaje, como el poliestireno expandido. Los productos fabricados a partir de esta materia prima tienen la misma calidad y el mismo desempeño que los productos fabricados a partir de material virgen.
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En esta foto soy testigo de un momento histórico: el momento en el que la industria demuestra que puede reinventarse y que puede presentar soluciones para cerrar 100% el ciclo. Somos una industria viable desde el punto de vista ambiental, y es la tecnología la que nos permite cerrar el ciclo. Esta es la razón por la que permanezco aquí, porque sé que medio ambiente y plástico no compiten, sino muy por el contrario, el plástico es una solución por su baja huella de carbono, su ligereza y su inocuidad. El reciclaje al 100% es posible, es una cuestión de voluntad del ser humano y no un problema del material.